Un viejo carpintero sale a trabajar, dejando en casa a una esposa vieja y enferma. En el taller hay un nuevo capataz, y se produce una escarda de los viejos, ya que el patrón insiste en una infusión de sangre joven entre sus empleados, por lo que el viejo, con otros sufren la pena de ser viejos, es despedido. A su edad le resulta imposible obtener un empleo, y habiendo sido activo e independiente toda su vida es demasiado orgulloso para dedicarse a la caridad. Más tarde, agotados sus ahorros y con su mujer gravemente enferma, el hambre promete ser su destino. Sale a hacer un último esfuerzo por trabajar, y en su camino pasa por una residencia ante la cual se detiene un automóvil. Dos señoras se bajan, una de ellas llevando un perro, por el que la pareja muestra gran solicitud y cuidado. Al ver esta escena, el anciano no puede evitar sentir que la suerte del perro es preferible a la suya. Cansado y hambriento, se ve obligado a hacer un intento desesperado por conseguir comida entrando en una carnicería y robando una cesta de provisiones. Sin embargo, un policía lo atrapa antes de que haya llegado a una manzana de distancia y lo lleva a la Corte Nocturna. Allí, por supuesto, su historia se repite a menudo y se le da poca credibilidad, por lo que es encarcelado. El juez, un hombre bondadoso, temiendo haber cometido un error, envía al oficial a investigar. El oficial regresa con el informe de que el anciano no ha exagerado el caso. El juez libera entonces al anciano y envía al oficial a su casa con ayuda financiera, médica y material. Pero es demasiado tarde, pues la vida de la pobre mujer se ha apagado durante la ausencia forzada de su marido.